A excepción de la fotografía documental o estrictamente científica, toda fotografía se alimenta desde dentro, es la externalización de nuestro interior, una búsqueda apasionada entre el mundo interior y el exterior. Una búsqueda por glorificar la belleza, mostrar nuestros recuerdos, vivencias, el pesar y las alegrías.
Aún así, hace falta técnica, por supuesto. Y algo más.
Sobre todo, llenar nuestra mochila de vivencias, visitar nuevos lugares, conocer mundo, gentes, visitar museos, ver fotos, muchas fotos, aprender de la pintura, del cine, la literatura. Es lo que llamamos bagaje cultural, esa materia intangible que va cogiendo forma en nuestras fotos.
Dicho esto, y después de un fin de semana intensivo en lo cultural, visitando en El Museo del Prado los bodegones de la pintora flamenca Clara Peeters, primera mujer pintora protagonista en nuestra pinacoteca, visitar en la Sala Canal de Isabel II la exposición antológica más completa sobre la obra de Toni Catany “Cuando ir era volver” y visitar también en la Fundación Canal “La belleza de lo cotidiano” de Robert Doisneau, tenía una necesidad visceral de volver a fotografiar.
Para lo cual, llevado por ese éxtasis de embriaguez de «still lifes», no podía sino fotografiar otra cosa que no fuese una naturaleza muerta.
Resulta paradójico que el término naturaleza muerta sea un antónimo del término anglosajón still life, quizá porque en su origen fuese una manera de desprestigiar a un genero menor de la pintura, en un mundo donde la medida de todo era el hombre y la religión.
Según explica el historiador de arte Stefano Zuffi, el acuñamiento del término aparece sobre la mitad del siglo XVIII en Italia y Francia como nature morte, aunque Nobert Schneider va un poco más lejos y señala que son los pintores flamencos los que utilizaron profusamente este género desde hacia ya dos siglos antes, y en sus inventarios se les cita como cuadros de frutas o banquetes.
Como dice Denis Diderot en su obra «Voyage en Hollande» en 1772 “Los holandeses son hombres-hormiga, que llegan a todos los rincones de la Tierra, recogen cuanto encuentran raro, útil o precioso, y lo llevan a sus almacenes. [….] Es aquí donde puede verse a cada paso el arte competir con la naturaleza, y ganar siempre”.
Por otro lado, etimológicamente el término bodegón procede del sustantivo bodega, que tiene que ver con un lugar donde se ofrecen viandas. Por lo que el término still life, que alude a la representación de algo inmóvil sea la mejor definición de un género tanto pictórico como fotográfico.
Hecha esta introducción, compré varias flores impulsivamente, unas decidí quedármelas, y están ahora exuberantes en un centro de mesa. Me parecía que una vara de lirios iban a ser más fotogénicas. Pero no quería fotografiar esa belleza radiante del lirio sino la inminencia de su muerte, la evanescencia en definitiva de la vida.
Rescaté del trastero de mis padres una mesa de bodegones y un panel de metacrilato dorado que tenía desde hace muchos años, probablemente encontrado en la calle, de algún viejo expositor que dejó de cumplir su función. También me traje un vaso, sencillo, desgastado, huella de un tiempo pasado y con una carga simbólica que transciende a lo emocional, a lo personal.
Tenía ya resuelto el qué pero no el cómo, y transmitir esa idea de sobriedad, melancolía y tristeza no podía ser con una iluminación en clave alta. Tenía que ser simple, direccional y rasante. Una única fuente de luz de esas que se usan para colocar con una pinza en los libros, filtrada con un difusor de plástico blanco y dos o tres pequeños reflectores bastaron para iluminar esta fotografía.
Sólo me quedaba elegir un tiempo de exposición suficiente como para poder elegir una apertura del diafragma de la cámara que me permitiera tener a foco la flor y desenfocado el fondo.
En este caso, un sólo segundo me daba un f.4 mágico, perfecto, pictórico.
Este es un ejercicio básico en cualquier escuela de fotografía, trabajar desde nuestro interior una imagen con recursos escasos.
“La materia prima del arte es inagotable. Está en todas partes. Sin embargo, hay que tener los ojos bien abiertos y saber mirar.
Tres son las claves esenciales de toda obra de arte digna de este nombre: símbolo, imagen y oficio, que son las que provocan la emoción. Cuando esto ocurre, se produce la coincidencia entre trabajo y placer”. Toni Catany.